En los últimos tiempos, la identidad de género y algunos de sus problemas derivados están teniendo un gran eco social y mediático. Se trata de un tema controvertido en el que en muchos casos se intenta dar una respuesta genérica y simplificada a un problema que es complejo y diverso. El enfoque médico de la discordancia de género incluye posibles tratamientos de supresión puberal, tratamiento hormonal y cirugía para la asignación de género.

Transición de género: nomenclaturas y definiciones

En primer lugar, es importante entender que el género es una construcción social y cultural, y no simplemente una cuestión biológica. En este sentido, la identidad de género hace referencia a cómo una persona se identifica y se siente en términos de género, en relación con los estereotipos culturales imperantes.

La discordancia o incongruencia de género (IG) hace referencia a la discrepancia entre el género de nacimiento (basado en características biológicas como los genitales, es decir, el sexo) y la identidad de género que una persona experimenta y con la que se identifica. En otras palabras, una persona experimenta incongruencia de género cuando su identidad de género autopercibida no coincide con el género que se le asignó al nacer. Algunas personas pueden experimentar una incongruencia leve o fluctuante, mientras que otras pueden tener una incongruencia más pronunciada y estable. Es destacable que esta definición no tiene connotaciones clínicas o patológicas.

Por otro lado, el término disforia de género (DG) hace referencia a la condición clínica caracterizada por el malestar o la angustia psicológica significativa debido a la discrepancia entre la identidad de género y el sexo biológico. Es importante destacar que no todas las personas con incongruencia de género experimentan disforia.

La DG puede manifestarse de diferentes maneras y grados en cada individuo, dependiendo también de si se presentan otro tipo de patologías médicas o psicológicas. Algunos síntomas comunes pueden incluir malestar corporal (sentirse incómodo con las características sexuales primarias o secundarias del cuerpo), angustia social (dificultades en las relaciones con los demás) y ansiedad o depresión relacionada con la identidad de género.

La DG apareció como diagnóstico psiquiátrico en la quinta edición de DSM de 2013 (Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales de la Asociación de Psiquiatría Americana). Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud desterró el término DG cuando descatalogó la transexualidad como enfermedad, para tratarla como “una condición relativa a la salud sexual” y pasó a denominarla como discordancia (incongruencia) de género en el CIE-11, la clasificación internacional de enfermedades de la OMS que fue aprobada en 2019 y empezó a ser efectiva en 2022.

Prevalencia de disforia de género

La prevalencia de DG en niños y adolescentes no ofrece datos concluyentes, pero se estima en torno al 0,6-1,7%, dependiendo de diversos factores como el grupo poblacional, la edad y el método de investigación utilizado en su estimación.

Además, se ha podido constatar en los últimos años que el número de niños y adolescentes con IG y DG que buscan ayuda médica y psicológica ha aumentado considerablemente.

No sin controversia, algunas voces señalan la importancia del impacto de la presión social y las redes sociales en el incremento de casos, ya que muchos adolescentes utilizan estas últimas, pudiendo llegar a darse un “efecto contagio” en el que algunos jóvenes podrían confundir sus síntomas con IG y DG.

En cuanto al no binarismo, las personas que no se identifican con la clasificación dicotómica de género pueden llegar a constituir cerca de un 10 % de las personas con IG.

En lo concerniente a las “causas” de la IG −en el supuesto de que estas existan−, no han podido ser identificadas hasta la fecha. Sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo han barajado factores psicosociales y biológicos como posibles elementos relacionados con su desarrollo.

En cuanto a la contribución genética en el desarrollo de la IG, se ha podido observar en estudios con gemelos que existe una alta concordancia de IG en gemelos monocigóticos (idénticos) frente a gemelos dicigóticos.

De este modo, el papel causal de genes, hormonas, estructura cerebral y comportamiento en la IG todavía se cuestiona sin existir una evidencia clara en ninguno de ellos.

Tratamiento médico en la transición de género

En relación con el tratamiento médico en la transición de género, desde hace más de dos décadas que se viene aplicando el conocido como “protocolo holandés”, que se ha generalizado en muchos países. Cuando llegan adolescentes o preadolescentes con incongruencia de género a las Unidades de Identidad de Género del servicio de salud, se les realiza una evaluación diagnóstica.

Esta puede derivar en la administración de una medicación de supresión de la pubertad, consistente en la administración de agonistas de la hormona liberadora de gonadotrofina (GnRH).

Si deciden seguir adelante, se les prescriben hormonas de afirmación de género con algunas consecuencias irreversibles. El tratamiento hormonal consiste en la administración de esteroides sexuales sintéticos inductores del desarrollo de las características sexuales del género identificado, con un inicio que cada vez más se sitúa por debajo de los 16 años. A menor edad se da una mayor irreversibilidad en los efectos.

En individuos con IG que nacieron con caracteres sexuales masculinos se recomienda el uso de valerato de estradiol oral o 17-betaestradiol oral o transdérmico. La feminización que se produce incluye el desarrollo de los senos y la alteración de la forma del cuerpo con un aumento en las caderas y disminución de la circunferencia de la cintura.

Entre los riesgos de esta terapia se cuentan los problemas cardiovasculares (principalmente, trombosis venosa y enfermedad cerebrovascular).

Por otro lado, en individuos con IG que nacieron con caracteres sexuales femeninos, se recomienda el uso de inyecciones de ésteres de testosterona. La virilización del cuerpo que se consigue implica una voz más grave, el desarrollo muscular y el crecimiento de vello y del clítoris.

Los riesgos de esta terapia incluyen el aumento de factores cardiovasculares como hiperlipidemia y aumento de peso, síndrome de ovario poliquístico, acné y alopecia, entre otros.

Finalmente, se puede recurrir a la cirugía de asignación de género con el objetivo de lograr la apariencia y función de las características sexuales experimentadas y la apariencia genital lo más “natural/similar” posible. No todas las personas transgénero o con IG desean o requieren de intervenciones quirúrgicas para cambiar sus características sexuales.

Resultado a largo plazo de la intervención médica temprana

A pesar de que la experiencia en el manejo del tratamiento médico −incluyendo los tratamientos hormonales y quirúrgicos− es cada vez más extensa, no se dispone de estudios con resultados a largo plazo, por lo que la evidencia científica es poco sólida y relativamente escasa.

Sin embargo, sí se han podido mostrar los beneficios del tratamiento de afirmación de género sobre la salud psicológica de las personas trans. Además, la gran mayoría de adolescentes trans que comienzan un tratamiento hormonal tras someterse a una evaluación diagnóstica exhaustiva no lo abandonan. De este modo, la continuidad de este tipo de medicación en menores de edad es muy alta (puede llegar al 98%) entre 3 y 6 años después de iniciarse el tratamiento.

En el caso de la cirugía, un año después el funcionamiento psicológico mejora mayoritariamente y el bienestar es comparable o mejor que los adultos jóvenes de la misma edad de la población general.

En cualquier caso, y dejando a un lado los resultados positivos del tratamiento médico para la reasignación de género, parece necesario un cambio en el paradigma social en cuanto a la cultura relacionada con los estereotipos de género que plantee otras posibles soluciones más allá de las puramente médicas.

 

Referencias